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Colaboraciones
CENTENARIO DE ANTONIO MACHADO
Por María Elisa Martín Lanchas
El Barraco, 15 de agosto de
2007.
 nauguramos
el duodécimo Ciclo de Conciertos Homenaje a D. Áureo Herrero con
un recital de poesía a cargo de José María Muñoz Quirós, Carlos
Aganzo y Ana Agustín, acompañados del guitarrista Javier Maíz, dedicado
al poeta Antonio Machado. Como todos sabemos este año se conmemora
el centenario de la llegada de Machado a Soria. El gobierno aprobó
el pasado mes de febrero un decreto por el que se declara al 2007
como año de Antonio Machado en Soria. Por este motivo se están celebrando
numerosos actos, entre ellos:
-Un congreso internacional sobre Antonio Machado
-Una exposición monográfica sobre Machado
-La traducción al árabe clásico de una antología poética de Machado
-La producción de un documental para TV sobre el poeta
-La celebración de un congreso por la paz, con Machado como referencia
personal e intelectual.
Nosotros, aquí en El Barraco, también nos hemos querido unir a estos
actos con un recital de poesías machadianas. Machado nació en el
siglo XIX, en Sevilla, en el Palacio de Dueñas, dentro de una familia
de intelectuales liberales y progresistas. Muy joven se trasladó
a Madrid donde se licenció y doctoró en Filosofía y Letras. Residió
algunas temporadas en París donde se ganó la vida haciendo traducciones.
Más tarde, en uno de sus viajes a la capital francesa, conoció personalmente
a Rubén Darío, que en un principio influyó en su poesía. En 1907
Machado obtuvo una cátedra de francés del instituto de Soria, donde
conoció a Leonor Izquierdo, aquella a quien Machado confiesa haber
amado con locura. Su nombre está unido inseparablemente a Soria
y por tanto a Castilla. Su paso por Soria de 1907 a 1912, lo marcó
para siempre. Allí los campos de Soria le llegan al alma; allí comprende
a Castilla, a la gente castellana; allí le habla directamente al
corazón. En Soria acontece la experiencia más importante de su vida,
la que le hace ser un poeta por excelencia, la que llevará siempre
dentro; su amor tierno, vacilante, tímido, feliz, amenazado, desgarrado
finalmente por la muerte, a Leonor su esposa. Leonor era casi una
niña cuando se casó. Tenía 15 años y él 32. Era la hija de los dueños
de la pensión donde se alojaba en Soria. La perdió en agosto de
1912 de tuberculosis, cuando no había pasado de los 18 años de edad.
Ve morir aquella criatura, casi niña, en la que había encontrado
su ternura de poeta y de hombre. El poeta, impotente ante la voluntad
de Dios, recibe el golpe, y, con piadosa resignación, exclama:
Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar.
La desaparición de Leonor impedirá a Antonio seguir en Soria ni
una semana más. Inmediatamente se trasladará a Baeza acompañado
por su madre donde continúa su labor docente, pero su corazón queda
en Soria, en el "Alto Espino" donde reposa Leonor. Seis años después
regresa a su inolvidable Castilla, concretamente a Segovia, luego
a Madrid. Aquí le sorprende la guerra, pero el gobierno de la República
le trasladó a Valencia, para poner a salvo su vida. Después fue
llevado a Barcelona, y a punto ya de acabar la guerra marchó a Francia
en compañía de otros intelectuales. Viejo y enfermo, Antonio Machado
encontró refugio en un pueblecito de los Pirineos orientales, Collioure,
donde muere (tal como lo había previsto)... "ligero de equipaje
casi desnudo como los hijos de la mar" el 22 de febrero de 1939.
En la misma localidad fallecía tres días después su anciana madre,
con la que el poeta había vivido muchos de los largos años de su
viudedad. Aquel que estaba llamado a ser uno de los más grandes
poetas españoles se distinguía por su bondad ("soy en el buen
sentido de la palabra, bueno"). Poco efusivo, es cierto, porque
su talante era reconcentrado y austero, dotado de una finísima sensibilidad,
humildísimo, hija siempre de los honores y privilegios. Murió sin
haber ocupado su sillón de académico. Se le veía por Baeza, por
Segovia, por Madrid, solo, ensimismado, mal vestido ("Ya conocéis
mi torpe aliño indumentario"), paseando su digna y pobre figura
de profesor sin pretensiones. Amaba profundamente a su madre y a
sus hermanos, a Manuel sobre todo. En los cafés escuchaba en silencio
a sus contertulios, mientras la ceniza de su cigarrillo -era un
fumador impenitente- caía sobre su chaleco en nevada incesante.
Solo su alma parecía vivir. Pudo parecer eso que se llama en español
"un pobre hombre", no habría inconveniente en aceptarlo, completándolo
con "un pobre hombre genial". Tenía mucha amistad con Unamuno quien
dijo de él camino de su enésima tertulia: "Vengo de saludar al
hombre más descuidado de cuerpo y más limpio de alma de cuantos
conozco"; y Pío Baroja: "Antonio Machado era un hombre bondadoso,
persona de sentimientos nobles y capaz de sostener una actitud difícil.
El otro hermano, Manuel, era un señorito de poco fiar" Su poesía,
fruto de una auténtica emoción humana, nos revela, claramente el
amor con el que se enfrentó al mundo, a la soledad, a la tristeza.
Alguna vez se ha dicho de él: "Escribió con el corazón en la
pluma".
María Elisa Martín Lanchas 
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