Aureo Herrero

 

Colaboraciones

 

HOMENAJE A ANTONIO MACHADO EN SUS PAISAJES


(ANA AGUSTÍN) El Barraco, 15 de agosto de 2007.

EL DOLOR DE ESPAÑA

ate en la sangre la pena de una España dividida en dos mitades, uña y carne, uña arrancada de su carne, que no construye ni piensa ni reconoce paisajes necesarios, olores duraderos, caminos de regreso y de futuro.
Entre las dos "Españas", entre tanta vileza empedernida, va creciendo una semilla de amargura perdurable y secreta hasta que se hace grito o poema o rebeldía ilimitada. Los bordes del horizonte cercano se funden en los pensamientos del hombre cuyo valor más alto, cuya grandeza es, precisamente, serlo pero que, sin embargo, sucumbe a la pena de la pérdida, a los paisajes retenidos en sus pupilas, desdibujados por la bruma de un recuerdo insistente, obstinado, casi obsesivo.


Antonio MachadoEn otro sagaz instante
de la aurora adormecida
recompuso una salida
mas fiel para el caminante.
Y todo espacio fue poco
En sórdido movimiento
Expresado sin aliento;
en la mirada tampoco.
El dolor de tanta España
produjo su destemplanza,
su tristeza, su añoranza,
el llanto que hoy le acompaña.
De la mar a la mar llena
y en tierra adentro destrozos,
gris el cielo de sus gozos
y tempestad en las venas.
Ni el valor de ser principio
y fin de todas las cosas
ni la fuerza de sus rosas
sucumben al participio.

BAEZA: LA HUÍDA

Entre las paredes de las aulas sufre y llora el pensamiento, siempre alejado, dolido, herido de amor y de soledad, abortado en otra tarde de luz intensa sin ella, sin ellos, sin él. El rostro del poeta se convierte entonces en un mapa geográfico y secreto en el que cada surco refleja una añoranza, una ausencia cruel y lacerante. Enseñar, sin embargo, que construir es la única razón perdurable y posible está también entre sus lecciones y su didáctica de cada día, en sus pasos, en todas sus preposiciones. Permanece siempre una característica rectitud en el semblante y todo el campo de Castilla entre sus huellas dactilares.


FObra de Juan Carlos Jiménez Sastreue larga y dura la huida,
reventó tu fiel confianza,
rectitud en la semblanza
y la mirada perdida.
Desde la ventana abierta
el campo se dislocaba,
perdía color, se esfumaba
en una tarde desierta.
El recuerdo lacerante
de la memoria obstinada,
tu tierra, siempre evocada,
aparecen cada instante.
Pero no duele la pena
sino saberse perdido
entre pupitres de olvido
y arterias de sangre llena.
Los olivos entonaban
un canto de olor intenso
cuando el calor se hacía denso
y los niños regresaban.

 

 


VALENCIA O EL FIN DE UN SUEÑO

El final está cerca y el hombre lo sabe, aunque el poeta se empeña en crear más soportes, más lugares de unión y de luchas, de constante batalla, de resistencia humildemente fuerte y eficaz. Entre las páginas de revistas literarias, de cuadernos de náufragos se extingue un alma noble y poderosa que creyó en la grandeza de ser y buscó entre los suyos su lugar de residencia y en sí mismo a su conversador más honesto y más fiel. La utópica condición de hombre justo y cabal le obligó a abandonar todo cuanto fortalecía sus versos, sus paisajes. Y sufrió en cada estrofa y le dolió cada paso de aquellos que le llevaron al fin de un sueño, al principio de lo que siempre acaba.


Pero el paisaje evocaba
un nuevo intento perdido,
mucho tiempo en el olvido,
palabras que no esperaba.
Los amigos siempre fueron
soporte de su esperanza
porque el hombre, en su templanza,
sabe que, al fin, no murieron.
Golpe a golpe de palabra,
verso a verso en las pupilas,
hizo su hogar en las filas
de un proyecto que se labra.
El fin de un sueño se acerca,
acecha en cada mirada,
escupe cantos de nada,
gana tiempo en cada cerca.
Poeta en guerra que hunde
su pluma en tierra anclada,
rebeldía enmarañada
y corazón que no cunde.


Ana Agustín

 

MADRID, DESPERTAR A LA VIDA.
(CARLOS AGANZO)

1883, Madrid con los ojos de un niño de ocho años. Madrid, con los oídos del que escucha por primera vez palabras como bondad, palabras como paisaje y paisanaje, palabras como compromiso. Fe ciega en el conocimiento. Escalofrío de la libertad. Madrid y el milagro de la Institución Libre de Enseñanza: "Sed lo que he sido entre vosotros: alma". Después, el instituto, y esa segunda escuela que son las calles de la urbe. La vida como es. La busca. Farsa y licencia de las reinas castizas... Tardes de soledad absorto en el color del cielo. Pues de Madrid al cielo. Despertar a la vida; canto de esperanza. Una ciudad distinta para cada poeta...

Profunda gratitud y vivo afecto
para los profesores
que abrieron a mi alma los paisajes
y el valor de ser hombre,
los versos de Gustavo Adolfo Bécquer
la esperanza secreta y los colores
de una tarde encendida
que se escapa en secreto hacia la noche.

Tristeza ambulatoria.
"Sed buenos y no más", Madrid camina
por un siglo agotado
que guarda en cada esquina
un grito de libertad.
"Sed buenos y no más", Madrid se agita,
rompeolas de España,
y vibra en soledades, galerías
de un nuevo verso antiguo
que surge en las caricias
de las tardes de oro,
donde el alma a la sed se precipita.

"Sed buenos y no más", Madrid me acoge
en su última cena.
Madrid, el punto exacto de mi alma
donde España se quiebra
y cae en el abismo de la historia.
Para recomponerla
ya no valdrán palabras de cordura
ni llantos, ni oraciones, ni poemas.


PARÍS ERA UNA FIESTA

1899. Óscar Wilde pasea por París. Pío Baroja pasea por París. París pasea por Rubén Dario. Símbolo mayor del simbolismo; ciudad que va ganando el alma del poeta con esa dulce lengua que nos pide locura cotidiana. No hay otra ciudad que tenga un corazón tan ancho y tan profundo. No hay grandeza más íntima... París años más tarde, con Leonor de la mano: canciones y poemas encendidos. Velas que se emocionan al alumbrar las mesas. Mil besos bajo los puentes. Y el primer acto también del drama de la vida. Nada igual después de París. Nada tan dulce. Nada tan secretamente luminoso. Nada tan triste ni tan bello.

Misterioso y absorto
por la ciudad alegre y bulliciosa
el poeta vislumbra su destino:
el amor en París, las viejas rosas
del huerto de Ronsard,
las horas con Rubén, las mariposas
modernistas que van de verso en verso
alumbrando su voz más luminosa.

De París, esta noche y los manteles,
la lluvia sin tormenta,
los bateles y los acordeones
meciéndose en el Sena,
la mínima mansarda del artista...
Adoro de Paris la primavera
por los campos de Marte,
los oscuros rincones donde suenan
la música y los besos
de los que se desean
más allá de la piel de las palabras.
De París esa lengua
cantante y madre revolucionaria,
tan lejos y tan cerca
de todos los exilios,
de todas las tristezas...
Y a París de regreso
con la joven esposa y las maletas
del corazón dispuestas al viaje,
todo luz, todo fiesta
en que el alma se embriaga y se derrama,
en el pretil del sueño del poeta.

SEGOVIA Y LA HABITACIÓN DEL FRÍO

1915. "Tan pobre me estoy quedando, que ya ni siquiera voy conmigo". Consigo va el poeta por la cuesta de los Desamparados. Consigo y poco más; apenas los amigos: las clases de francés del instituto, la tertulia de los buenos segovianos, los ojos "cavados en piedra dura" por el buril de Barral, el sueño de la Universidad Popular y la República... Y el frío, escuela de todas las humildades: la dignidad en un cuarto con ventana y salamandra. Allá va Do Antonio; allá va el poeta, los bolsillos abultados de tabaco de cuarterón, de recortes y libros... Y una pena que sólo su sombra sabe.

En Segovia no cierra su ventana
la habitación del frío,
dejando que entre el aire y se derrame
sobre el estante estrecho de los libros.
Muda tiene su voz la salamandra,
ya pájaro sin trino.

Por allí va, flexible su sombrero
y errabundo su paso,
siguiendo sin seguir las tristes huellas
de los Desamparados;
la clase de francés, como esculpidos
ojos de un ver lejano
que quieren ser de piedra por no ver
las sombras del pasado.


Y un puñado de versos
entre la ida y a vuelta,
desde la Canonjía a la Fuencisla
o hasta Juan de la Cruz en el Eresma;
tardes son sin ternura y sin consuelo
que presienten a guerra
en el perfil oscuro y misterioso
de la alta Mujer Muerta:
apenas tres amigos
izando la bandera
tricolor de los sueños,
cuando nadie ya sueña...
Segovia navegaba
por los verdes jardines del poeta:
nunca fuera tan clara y tan rotunda
la luz de su palabra verdadera.


Carlos Aganzo

 

 

ANTONIO MACHADO
(JOSÉ MARÍA MUÑOZ QUIRÓS)

1. SEVILLA. INFANCIA

a luz de una ciudad puede ser el escenario de un sueño: al nacer, te invade. La infancia se transforma en paisaje, en camino, en espacio para la creación. El niño es un juguete en manos de los ámbitos de la nostalgia. Ya para siempre Sevilla será el recuerdo de un patio, de un huerto, de la claridad donde el poeta va a beber la luz que, al acercarse la muerte, reconstruirá en el último verso de la última costa de este mar sin orillas.

Miro en Sevilla un pájaro, una fuente,
un dominio de alondras, un secreto
en las calles delgadas, un caliente
rumor de copla que se lleva el viento.
Escucho los murmullos y las palmas
que se baten a ciegas, que son breves
como el paso del agua, que nos hieren
en lo más hondo y frágil de su alma.
Y allí Antonio Machado se levanta
en medio de la arena del recuerdo,
habita en las palabras que alguien canta,
duerme en los sueños tristes del silencio.
En el patio descansa un limonero
donde una fuente breve deja el agua
caer como las alas de un jilguero
en el chorro tan dulce de sus ramas.
Un niño juega. El padre está callado
en su despacho oscuro. Están las moscas
en revuelo de infancia, y se ha parado
el tiempo en el reloj. Suenan las horas,
suena la tarde, suena en el lamento
de Sevilla un gipío en la garganta:
la infancia escapa toda en un momento,
la infancia suena siempre en la guitarra.

2. LA MUERTE. COLLIEURE, FRANCIA

Morir. Presentir el vacío. Madre está agonizando en otra cama. Lejos de España, lejos. Ya ha quedado el hueco en las palabras. Nada dice. Morir. El silencio se escapa en los dedos de la noche. Nostalgia de la infancia azul del sueño. La memoria construye olmos y amores, labios y caricias. En Collieure la noche se sumerge en una herida infinita.

Esta luz de la infancia, esta memoria
escondida en los álamos del río,
alta como los pájaros que vuelven,
callada como el agua azul del tiempo.
Brisa en el fuego de la altura cuando
se hace llama y nos deja leve y triste
su lamento de tarde entre los ojos.
Esta luz entre pinos y entre rosas
de primavera dulce gris y breve
como habitando frágil cada ausencia
que retorna al camino: luz de asombros
en el silencio triste de Sevilla.
Esta luz repetida en la añorada
plenitud de las horas: luz de nieve
rosa y eterna en las alturas blancas,
olmo de soledad en los inviernos.
Laguna negra de infinitos cauces,
pinares verdes de acechante olvido.
Esta luz que nos habla desde el fondo
secreto de la vida, luz que escapa
a la razón de la nostalgia, dócil
presencia de la noche. Muerte ahora,
final de los sonidos del recuerdo,
final de la penumbra de las sombras.

 

3. SORIA. EL AMOR.

Soria. El páramo de Castilla. El silencio del alma. Cerca del corazón urden los sueños. Un paisaje de frío y nieve, de álamos y encinas. El Duero traza su curva de ballesta en torno a la ciudad. El amor espera en la pensión que Antonio ocupa. Leonor llenará su vida, transformará la voz del poeta. Serán pocos los días, pocos los años, pocos los instantes; la muerte cercena su futuro de rosas.

Era joven como un lirio.
Leonor se ha recostado
en el corazón del frío.
Era un silencio cerrado
como el lejano horizonte.
Al fondo está levantado
el Moncayo fugitivo,
blanco y rosa entre las nubes,
alto como el sol cautivo
en el fuego de la tarde.
Soria es la almena y el río,
es el Duero y San Saturio.
El pájaro ya en el nido,
el ruiseñor en las ramas,
y es el amor que ha dormido
en los brazos del amado;
amor de lluvia y de fuego,
amor de labios heridos,
amor como las palomas
que vuelan sin hacer ruido.
El amor como la blanca
nostalgia de los furtivos;
amor de flores y noches,
de calle mayor, de limpios
amaneceres de nieve,
de soledad cuando se ha ido
el pájaro azul del sueño.

José María Muñoz Quirós



 

Carlos Aganzo

José María Muñoz Quirós

Ana Agustín

 

 

Carlos Aganzo