Aureo Herrero

 

Colaboraciones

 

 

¿Quién sabe aquí tocar la guitarra?

Por Enrique Mateu

 

Enrique Mateu uando convencí a mi padre de que quería ser músico en vez de abogado-economista, él me puso la condición de que fuera a estudiar donde él dijera y con quien dijera. Le habían dicho que Madrid era el sitio apropiado y Rocío Herrero la mejor. No le engañaron.

La primera vez que vi a Rocío, ella estaba frente a mí preguntándome: ¿Aquí, quién sabe tocar la guitarra? Apenas me dejó probar. Aquella mujer enjuta y enérgica me dio la primera lección: "No tienes ni idea". Creo que dijo algún taco. Y que tenía razón. A mi padre le hubiera gustado aquel primer día de clase.

Rocío marcó mi vida profesional de forma indeleble y afortunada. En mi caso, al poco de conocerme, ya tenía una radiografía exacta y sabía, incluso mejor que yo mismo, lo que sería mi futuro profesional.

Me imagino que precisamente por eso me metió tanta caña. Caña por un tubo. Como unos padres a su hijo.

No se limitó a transmitirme sus profundos conocimientos técnicos sobre la guitarra, conocimientos que todavía hoy me hacen sonreír socarronamente cuando escucho a "grandes maestros" hacer ligados, vibratos, cambios de posición o intentar proyectar el sonido, ya que casi nadie que no haya estudiado con ella sabe cómo hacerlo con propiedad. O su musicalidad. Música de verdad y no artificios circenses que nada tienen que ver con el ARTE.

Me enseñó a cuidar hasta el más mínimo detalle tímbrico, a solventar cualquier reto técnico y, lo más importante, a entender la música como un lenguaje vivo y sublime.

No solo me incitó a trabajar duro, me animó a conocer otros instrumentos para enriquecer mi formación, a estudiar con otros maestros para tener una visión más amplia, a asistir a conciertos de calidad para entender mejor el proceso interpretativo y empaparme de la esencia de la creación artística.

Todo lo que soy se lo debo Rocío por haberme aceptado como alumno ¡que hacía falta valor!, todo hay que decirlo. De Rocío aprendí lo que soy, lo que no soy y lo que no seré jamás. Me enseñó incluso lo que nunca aprendí. Ella me mostró el camino para tocar la música, sentir la música, vivir la música. Y hasta mi padre comprendió por qué.

Ella sigue siendo Rocío y yo... Bueno, yo temo que hoy me pregunte: "¿Quién sabe aquí tocar la guitarra?


Enrique Mateu